Ritondo ya debería haber ofrecido su renuncia

A las 11 y media de la noche de este miércoles, un funcionario del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires contactó a un periodista de Letra P para cuestionar el contenido de una nota escrita cuatro horas antes por quien firma este artículo. El funcionario le reprochó la afirmación de que el titular de esa cartera, Cristian Ritondo, había dispuesto un refuerzo de la custodia del fiscal Fernando Cartasegna y que, a pesar de eso, el investigador judicial había sido atacado en su propio despacho del edificio de los tribunales penales de La Plata. Explicó que, en rigor, la guardia personal de Cartasegna no había sido incrementada porque el fiscal había rechazado la medida.

 

Aclarado este tema, cabe preguntar: ¿La negativa del fiscal Cartasegna a contar con más protección releva a Ritondo del deber de garantizar su seguridad? Porque la crónica de estas horas indica que un fiscal de la provincia de Buenos Aires que libra batallas comprobables contras mafias poderosas que operan en la capital provincial –redes de trata de personas, por caso- fue atacado –vale la reiteración de este dato- en su propio despacho del edificio de los tribunales de la capital de la provincia de Buenos Aires apenas cuatro días después de haber recibido una golpiza y amenazas de muerte.

 

O sea: en la ciudad donde tienen sede los tres poderes del Estado provincial y están asentados los cuarteles centrales de una fuerza de seguridad que cuenta con un ejército de 93 mil efectivos –todos ellos bajo el mando de Ritondo-, un alto funcionario de la Justicia fue víctima de dos atentados en el lapso de cinco días y el segundo ocurrió dentro de un edificio público donde trabajan otros fiscales y jueces que tratan a diario con personas procesadas o condenadas por la comisión de delitos penales. (No es la primera dependencia pública vulnerada desde la llegada de la alianza Cambiemos al poder: el 7 de junio pasado, la seguridad del mismísimo despacho de la gobernadora fue violada por policías que integraban la guardia del edificio de la Gobernación y 15 días después fue asaltada la residencia oficial del ministro de Gobierno, ubicada a una plaza de ese palacio.) 

 

De ese repaso de hechos surge, inevitable, otra pregunta:

 

¿El ministro Ritondo es capaz de arbitrar las políticas y las medidas necesarias para proteger a 15 millones de habitantes si falló escandalosamente en la tarea de proteger a una persona que contaba con el antecedente cercanísimo de un atentado en su contra?

 

Como se informa por separado, este jueves, en diálogo con 221Radio de La Plata, el fiscal Marcelo Martini dijo –en palabras más elegantes- que la seguridad en los tribunales platenses, a cargo de personal jubilado del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), es un chiste, y contó que desarrolló toda la investigación de “los sobres”, un trabajo que desnudó el funcionamiento de un sistema de recaudación ilegal en la Policía de La Plata, en situación de absoluta indefensión. Que, aunque la hubiera rechazado, jamás le ofrecieron custodia. Como el procurador Conte Grand, Martini no cree que los ataques a Cartasegna tengan relación con esa investigación, pero, de todos modos, ahora decidió salir a exponerse en los medios como mecanismo alternativo de protección.

 

Entonces, otra pregunta:

 

¿El ministro Ritondo está en condiciones de liderar una empresa tan ambiciosa como “la lucha contra las mafias” que proclama la gobernadora Vidal si no puede instrumentar un plan de contingencia para proteger a los funcionarios judiciales que demuestran, con su trabajo, ser aliados importantes de la mandataria en esa cruzada?

 

El sentido común indica que el ministro ya debería haber puesto su renuncia a disposición de la jefa del Estado provincial, incluso antes de las 11 y media de la noche del miércoles, cuando el periodista de Letra P recibió los reproches de sus colaboradores. Pero nadie es dueño de la verdad: acaso Ritondo tenga argumentos válidos para determinar que le corresponde seguir en su cargo. Este portal no los conoce, pero eso no significa que no los tenga.

 

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