Por qué al Gobierno le conviene esconder a Macri en la campaña

A 15 meses de asumir el poder, el Presidente está lejos de ser la encarnación del cambio que prometió Cambiemos. Aunque su imagen sufrió rayones, a Vidal se la ve, todavía, más liviana de pecados.

La evidente unificación argumental de los mensajes legislativos de Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta y la inmediata puesta en escena de la reunión de gabinete tri-jurisdiccional celebrada este jueves –teatralización eficiente del eslogan del trabajo en equipo, que ahora funciona como sustituto forzoso de los candidatos competitivos que brillan por su ausencia en el semillero macrista- permiten suponer que el partido gobernante –sensible a las encuestas tanto como toda la política- entró en un estado cercano al pánico y precipitó el lanzamiento de la campaña electoral. Para eso, hizo saltar a la cancha a sus tres jugadores más cotizados. Se entiende, porque el Presidente, la gobernadora y el jefe de Gobierno atesoran un capital político impresionante nacido de las urnas en las elecciones de 2015: entre los tres, acumularon un botín electoral de 17 millones y medio de votos, que representan el 69% de los sufragios positivos emitidos en el ballotage presidencial. La cuenta tiene un poco de trampa, porque, en su inmensa mayoría, los votos que recibieron la bonaerense y el porteño no son de personas distintas a las que votaron por el ahora jefe de Estado en la segunda vuelta, pero vale para medir las proporciones del fenómeno Cambiemos y para entender por qué los estrategas de la alianza gobernante decidieron presentar al -tan unitario- tridente MVL como el equipo de los sueños para el enorme desafío que suponen, para el proyecto político vigente, los comicios de este año. No bastante, a esta estrategia se le puede oponer una resistencia basada en tres razones básicas por las cuales al Gobierno acaso le convendría esconder a Macri en la campaña.

 

  • SE LLAMA MACRI. Con los escándalos del Correo y la aerolínea Avianca sobre la mesa, que le valieron nada menos que dos nuevas imputaciones penales -acumula cinco en menos de 15 meses-, la pesada herencia familiar es una cruz demasiado pesada para el Presidente. La Patria contratista chupando con fruición de la teta del Estado es una imagen fuerte de la que el jefe de Estado no podrá –mientras siga siendo un Macri- despojarse como un perro sacudiéndose para secarse. Los anuncios que hizo este miércoles en el Congreso –promoverá normas para regular las contrataciones públicas de tal manera que potenciales conflictos de intereses y tráficos de influencias sean detectados y evitados- no pueden ser entendidas de otra manera que como manotazos de ahogado: maniobras defensivas tan ampulosas como –justamente por esa condición- grotescas.
  • LA TRANSPARENCIA SE MANCHÓ. Rápidamente –demasiado rápido-, el Presidente salpicó con barro el discurso de la lucha contra la corrupción con el que trajinó la campaña como elemento argumental medular para la construcción de la (no) identidad de la alianza electoral Cambiemos, que se presentó ante la sociedad como el reverso del kirchnerismo, identificado en ese relato como unas especies de Sodoma y Gomorra argentas que los ángeles de la nueva política venían a destruir. Con más de medio centenar de investigaciones judiciales formalmente iniciadas para determinar responsabilidades penales de funcionarios del nuevo gobierno, ahora la sensación es que Cambiemos no cambió mucho el paradigma que había venido a cambiar. Más que destruir las ciudades de la perdición, el macrismo parece haber optado por disfrutar de sus orgías.
  • ES EL ARQUITECTO DE LA PESADA HERENCIA FUTURA. Como responsable de la administración del Estado nacional, el Presidente es –lógicamente- visualizado como artífice de la política económica y culpable de sus bemoles. El aumento de la pobreza, el colapso de la industria nacional con su correlato en la destrucción de miles de puestos de empleo, el aumento del costo de vida por la disparada de los precios y los tarifazos en los servicios y varios etcéteras –al cabo, los pesares que sufren los sectores medios y no tan medios y, fundamentalmente, la clase trabajadora- son cargados en la cuenta personal del jefe de Estado.

 

En definitiva, Macri, a 15 meses de asumir el poder, no es el producto que los gurúes Jaime Durán Barba, Alejandro Rozitchner y Marcos Peña vendieron, con la mega ayudita de los amigos Clarín y La Nación y un ejército de trolls a disposición, a través de la profusa propaganda PRO: un ingeniero eficiente y honesto capaz de sanar la República y ordenar el descalabro económico k para construir un país normal, con progreso sustentable, integrado al mundo y bla bla bla. A estas –bajas- alturas, en la consideración de una creciente porción del electorado según marcan las encuestas, Macri ya dejó de ser –o, en el mejor de los casos, no pudo ser aún-, lo que acaso nunca fue.

 

Al menos en el –vago, insondable en forma rigurosa- terreno del inconsciente colectivo, la contracara del malogrado salvador de la Patria es la gobernadora bonaerense.

 

- No se le conocen a su familia –de clase media- negocios opacos con el Estado. Los Vidal no los habrían hecho en el pasado ni estarían haciendo lobby ahora para conseguir favores del gobierno que administra la Vidal más famosa.

 

- Sus funcionarios no han sido, por el momento, imputados por la comisión presunta de delitos contra el Estado que administran.

 

- No se la visualiza como responsable directa –más allá de la asociación inevitable- de las penurias económicas que atraviesan aquellos amplios sectores de la población. De hecho, en el discurso que dio este miércoles en la Legislatura, se cuidó de mantener su relato a ras del suelo fértil de la provincia de Buenos Aires tomando la previsión de no ponderar falsos logros de la Casa Rosada. Se cuidó o –justamente- la cuidaron, porque los trazos comunes en los mensajes expuestos en el Congreso y en los parlamentos bonaerense y porteño –no hizo falta aguzar demasiado los sentidos para reconocerlos- dan cuenta de que las tres piezas fueron escritas en la misma computadora –al menos, que pasaron por el mismo filtro.

 

Vidal, entonces, sigue encarnando el relato PRO. Ha cometido errores que la han lastimado y los sondeos de opinión han registrado, en estos últimos dos meses, el impacto de esas fallas en la percepción de su figura por parte del electorado. Pero, no obstante ello, sigue siendo la representación del cambio que prometió Cambiemos. El duro enfrentamiento con los gremios docentes, que podría estimarse como un punto en contra para la gobernadora, no sería un factor de irritación para la audiencia que simpatiza con el oficialismo. Acaso, incluso, sea evaluada como una fortaleza en virtud de la mala nota que le pone esa franja de la sociedad al sindicalismo y, particularmente, a lo que señala como una suerte de pulsión huelguista de los representantes gremiales de los maestros.

 

Se sabe: Cambiemos sigue –debe seguir- apostando a la persistencia de la expectativa de cambio que supo inocular en la robusta porción del electorado que generó la ola amarilla de 2015. Sigue –debe seguir- apostando a convencer a aquella base social de que es el no kirchnerismo y que la opción es el avance del cambio o el regreso a las tinieblas de un pasado brumoso.

 

Tal es la urgencia para –según ha definido el oficialismo- empujar a los electores a toparse con esa encrucijada, que la gobernadora y los cerebros PRO decidieron que justificaba el sacrificio de la santa institucionalidad y la intrusión del espacio sagrado de la Asamblea Legislativa con un mensaje arrancado de las tribunas políticas: “Voy a pedirle a la gente que nos acompañe con su voto", incrustó la mandataria.

 

El problema, en este escenario, lo tienen Durán Barba, Rozitchner y Peña: ¿Quién le dice al Jefe que se corra a un costado?

 

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