El factor Carrió

Mediodía de octubre en el centro porteño. La suerte de las elecciones legislativas parece echada en la Ciudad de Buenos Aires. El candidato se recuesta sobre una pared y reflexiona: “Es increíble que la vote la mitad de los porteños”.

 

Faltaban pocos días para que Elisa Carrió argumentara que Santiago Maldonado se había fugado a Chile “con el RIM”, dato obtenido mediante su acceso a “información internacional” y que, cuando se comprobaran sus dichos, todos deberían acudir a pedirle perdón.

 

Habría más. Una noche en lo de los Leuco destinada al festejo de la inminente detención de Julio De Vido con caviar y champagne quedó desbaratada por una alusión a Walt Disney. La broma hiriente sobre el cuerpo de Santiago Maldonado, a horas de su aparición, no pudo ser disimulada.

 

Apagadas las luces de TN, Carrió salió de escena ese mismo martes, volvió a los márgenes y denunció por Twitter el abandono del “sistema político”.  “Perdono de corazón a los que me hirieron”, concedió.

 

 

 

 

 

Con la aparición del cuerpo del joven oriundo del pueblo bonaerense de 25 de Mayo, los pronosticadores comenzaron a recalcular de apuro hasta lo que parecía indiscutible. Al cabo de ochenta días de desprecio, posverdades y, acaso, encubrimiento, coronados con los exabruptos de Carrió, ¿la victoria de Cambiemos en la Ciudad batirá records o será un poco más normal, de acuerdo a la tradición del alto apoyo a Macri en el distrito? ¿Esteban Bullrich deberá recuperar el habla este domingo para reconocer una derrota en la Provincia?

 

Paradójicamente, no son pocos los kirchneristas que, en medio del estupor que les produce la popularidad de Carrió, vaticinan un aumento de la diferencia a favor del oficialismo en la Ciudad, no pese sino gracias a las especulaciones crueles sobre Maldonado y los mapuches.

 

En la vereda de enfrente, el macrismo parecía haber perdido el control de la botonera durante las últimas horas de campaña. Si bien, a lo largo de dos meses y medio, nunca logró dar cauce al reclamo por la aparición de Santiago, esta semana pareció complicarse el control de daños.

 

Se percibió el desconcierto. Esos entusiastas de Twitter que defienden a Macri, escriben parecido, ponen la palabra República en el perfil y se dan retuits entre ellos sonaron varios compases atrasados. Recién en la noche del viernes, ante la información de que el cuerpo de Maldonado no tenía signos de violencia, esos genuinos adherentes al oficialismo parecían recobrar impulso.

 

Para colmo, extraído de la década del setenta, apareció un funcionario de Radio Nacional Córdoba tratando de censurar a una periodista que había entrevistado a una mujer mapuche, mientras que, puesto a corregir a Carrió y a dar voz al Presidente, el ministro Germán Garavano empeoró las cosas cuando lanzó nuevas insinuaciones sobre la responsabilidad del Pu Lof de Cushamen y se vio confrontado por Sergio Maldonado por un diálogo inexistente.

 

A esa altura, el rebote de la enésima especulación de Claudio Andrade tendía a cero.

 

 

 

AMIGA O ENEMIGA. En cualquier caso, a la luz de los resultados de las primarias de agosto, será necesario un vuelco excepcional para evitar que Carrió encabece la mayor victoria para un oficialismo en elecciones de medio término en la Ciudad desde 1983.

 

La incredulidad del político citado sobre la histórica elección que hará la diputada este domingo se mantiene en reserva. En público, el candidato supo sostener elogios recientes acerca de “la valentía”, “el valor de decir lo que nadie dice” y “el ejemplo ético” de la jefa de la Coalición Cívica.

 

Resulta difícil relacionarse con la carismática, sagaz y experimentada Carrió, sea como enemiga o como aliada. Lo sabe Macri, que la conoció en ambas condiciones.  

 

Las debilidades de esta abogada nacida en Resistencia hace 60 años hablan también de su notable talento para la supervivencia política. Sin muchos pergaminos en las urnas (sólo conoció la victoria en su fase politica chaqueña, en los 90), tampoco le sobran activos considerados imprescindibles. Dirige un sello antes que un partido, su militancia es exigua, no posee experiencia ejecutiva ni aliados provinciales, ni maneja grandes presupuestos. 

 

Los territorios en los que se maneja son, básicamente, el living de su casa en Barrio Norte o, ahora, Exaltación de la Cruz; su banca en la Cámara de Diputados y los estudios de TN.

 

Luz, cámara, acción: que el gobierno de Cristina Fernández mató a Nisman; que ella contiene a la población que le reclama que pase a los Kirchner-Ceausescu por el paredón; que 18 iraníes en un Buquebús; que Milani no la asesine; que los narcos Massa, Duhalde, Aníbal y Bonfatti; que basta de venganza contra el viejito Etchecolatz; que no habla de Bergoglio; que la Hormiguita sí, que la Hormiguita no; Adrián Pérez, traición y espera; que las cajas de la AMIA; que los malos son Franco y Nicky; no, Nicky es bueno. Bueno, como Gustavo Arribas y Gómez Centurión.

 

 

 

ESTRATEGIAS. Una vez cada dos años, Carrió recibe réplicas en A Dos Voces y pierde brillo. Con reglas parejas en los debates electorales, la polemista es pasible de interrupciones y, a veces, un rival incisivo como Marcelo Ramal la expone ante sus flagrantes contradicciones.

 

En general, políticos experimentados no han dado en la tecla sobre cómo convivir con el liderazgo de la abogada chaqueña.

 

Algunos han apelado a la devolución de agravios: “no tiene los patitos en fila” (Aníbal Fernández); “no está bien, no se baña” (Guillermo Moreno); “agente de la CIA” (Labaké). La alusión a la locura y la obesidad, además del dejo machista, se vuelve sumamente ineficaz, en la medida en que Carrió ha demostrado sentirse cómoda en esas categorías que le dan singularidad en el sistema político.

 

Otro tipo de respuestas denota temor. “Todo el mundo sabe cómo es Carrió”, respondía Hermes Binner cuando su compañera en el Frente Amplio Unen lo acusaba de complicidad con el narcotráfico. Similar camino han recorrido Jorge Macri o Ernesto Sanz, tocados por la mancha venenosa de la corrupción, quienes jamás se privarían de elogiar “el valor para la República” de la diputada.

 

Mauricio Macri soportó durante años “los prejuicios de la doctora”, en línea con el discurso que hoy intenta su primo Jorge, que atribuye a la diputada chaqueña falta de conocimiento cabal de su persona para darse cuenta de que es honesto.

 

A fuerza de victorias del PRO, estrategias legislativas y cálculos electorales, Macri y Carrió unieron sus destinos en 2015.

 

 

 

No es que Macri necesitara los votos de Carrió. Las PASO presidenciales demostraron que el postulante del PRO decuplicaba la intención electoral de la Coalición Cívica, mientras ya había expuesto en Capital Federal su capacidad para concentrar el voto antikirchnerista. El aporte de Carrió fue, en cambio, un certificado sanitario para un político cuyo sello de origen era la patria contratista.

 

En esa línea, y ante la imposibilidad de lograr el indulto de Lilita, Massa buscó un escudo protector con una Carrió bis. “Margarita se explica por una necesidad personal de Sergio”, dice un integrante de la primera hora del Frente Renovador que padece la alianza con la fundadora del GEN.

 

La sociedad Macri-Carrió, por ahora, funciona. La chaqueña erigió un corralito alrededor del Presidente (es víctima de su familia) y así va salteando el citado blanqueo, el fraude del Correo Argentino y las sociedades offshore. Con la ayuda de editorialistas y de latrocinios de película perpetrados durante el kirchnerismo, el oficialismo cabalga el honestismo con cierta aceptación por parte de su base electoral.

 

Futurólogos vaticinan una colisión si Carrió se vuelve ingobernable montada sobre la mitad de los votos porteños. Fernando de la Rúa sabe qué ocurre cuando la chaqueña dice “basta” y se lanza a los montes. El tiempo, la economía y las necesidades políticas de los socios lo dirán.

 

Por lo pronto, la diputada ya dio muestras acabadas de pragmatismo, no sólo en el ciclo Cambiemos sino también en 2007, cuando prestó su sello y capital simbólico a sostener la candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de Jorge Telerman.

 

La otra pata de esa postulación afrancesada se apoyó sobre una disidencia kirchnerista soterrada, financiada por quien en cuestión de días escuchará desde su banca las palabras filosas de su principal acusadora: Julio de Vido. Caviar, champagne.

 

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